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FANTASÍAS ANIMADAS

Por Juan Carlos López

                                                                                Los días sin recuerdos

Y un día el mundo, tal cuál como lo conocimos, dejó de ser. Sobrevivieron sólo los niños de ojos rojos. Entre malvados y encantadores. Supieron engañar al Rey y sobrevivir a la devastación total. Vivían en comunidad. El mayor no tenía más de doce años. Eran ordenados y equitativos. No conocían el miedo. Siempre estuvieron bajo el cuidado del Imperio. Tampoco conocían más allá de las paredes del castillo.

De los bosques no quedaba nada. Los árboles parecían petrificados. Los animales se habían extinguido. Un mar negro cubría la superficie de la tierra. El poco oxígeno era pesado y sucio. La raíz de un árbol parecía ser el único comestible. Todos los días salían un poco más allá. Idearon recorridos y planificaron postas de regreso.  Los siete niños no se separaban nunca. La desolación y la intensidad de la noche los mantenía unidos. Fueron los únicos que burlaron al Rey. Ya de ese Imperio nada quedaba.

Vagaban por los alrededores de la comarca. Sabían que los alimentos guardados no durarían mucho. El mayor los guiaba. Eran niños y festejaban la libertad a diario. En uno de los viajes, a lo lejos, entre la bruma espesa, ven avanzar una figura cubierta por unas mantas raídas.  Se acerca ante la mirada atónita de los niños. Pensaban que nadie habría sobrevivido. Desorientados, deciden correr nuevamente al escondite sagrado. Al frente, nuevamente, la figura los invita a detenerse y a escuchar. Les insiste. Se sientan en unas rocas de lava, mientras el hombre milenario y sabio, comienza a explicarles el mundo perdido.

Su sabiduría era infinita, conocía todos los momentos de todos los tiempos. Fue el que siempre estuvo ahí. Vio nacer y morir al mundo. Tenía registro exacto de todas las acciones. Sabía que eran los únicos sobrevivientes. Los siete niños de ojos rojos no tenían contacto con el exterior hasta que llegó el final. Apenas hablaban y sus habilidades e instintos, fueron claves para sobrevivir a la tempestad.

Mientras los más pequeños se asombraban con los relatos, el niño más grande nota que a medida que el hombre narra las historias, los alrededores comienzan a florecer. Sus caras se iluminan, a través de la visión infinita de sus ojos rojos. Pueden ver que por encima de la desolación nacía un paraíso. Un lugar dónde poder crecer, sustentarse. Un nuevo comienzo. Una nueva posibilidad.

El hombre milenario era preciso en su relato. Con su magia estimulaba la visión de un renacer. Los más pequeños, ingenuos, sonreían extasiados. Querían creer que podía ser.  Los niños carecían de conocimiento. Se regían sólo por instinto. Empezaban a ver que ese mar negro comenzaba a transparentarse, el aire se aliviaba, los árboles volvían a sus frondosos follajes. Algunos roedores aparecieron mientras el hombre milenario entusiasmaba con su relato.

El más grande que sentía la responsabilidad ante los otros niños toma la iniciativa y lo interfiere para saber más sobre él. Quería saber, ¿quién era?, sí sólo él y ellos ¿eran los únicos sobrevivientes?

El hombre con mucha calma aseguraba que nadie más habitaba el mundo. Qué él lo había creado y lo había visto desmoronarse gracias a la envidia, la codicia, la mentira, y demás vicios de la humanidad.

Los niños más pequeños se abstraen viendo saltar pececitos de las aguas claras. Algunos se dispersan y conectan con pequeños animalitos que deambulan en busca de afecto.

El más grande los reúne y los coloca frente al hombre milenario nuevamente. Quiere que entiendan que un nuevo mundo es posible. Qué deberían organizarse como en el pasado y buscar un lugar celestial. Qué tendrían que elegir en qué mundo querían vivir.

Algunos niños veían cómo ante la duda empezaba a desaparecer el verde, las aguas se ennegrecían y los vientos se tornaban tormentosos y desoladores. El hombre milenario, sabio y eterno, empezaba a darse cuenta que la fe en él había muerto y que ya no podría reformular un mundo mejor.

El sol empezaba a caer por entre los petrificados árboles. Ya no había aves, el aire era fétido. El olor a azufre lo decía todo. Los niños marcaban el juego.

Fantasías Animadas 7: Texto

©2023 por DO IT EDICIONES.

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