top of page

DETONADORES

El final del recuerdo

Como sin querer, yendo al baño, una sombra sobre el ventanal del fondo deja entrever que la hamaca se mueve sola. La casona del bajo tiene ese misterio único.
Siempre es de noche y de noche las cosas siempre parecen moverse. Pero ¿qué era eso que todas las noches la levantaba?
Apretó el botón del inodoro, se levantó el pantalón piyama, apagó la luz, y sin más atención volvió a acostarse.
Haydeé recuerda a esa chica que supo ser, frágil, tibia, de ojos grises. La mamá siempre la mencionaba como "la destacada".
La noche aquella de mayo, verdaderamente pudo ver que no solo se movía la hamaca, sino que hamacándose había una niña con un vestido negro, largo y acampanado; con una tupida cabellera que le tapaba el rostro.
Se detuvo un momento y apoyó la frente sobre la ventana tratando de identificar a esa niña cuyo rostro no se dejaba ver. Era imposible, la hamaca se mecía demasiado rápido y ella giraba la cabeza a cada lado. La luz del fondo estaba quemada hacía años y la noche era cerrada.
Entró al baño, se lavó la cara, y volvió sobre sus pasos. Al pasar nuevamente, la hamaca ya no se movía y la niña ya no estaba. La sensación de angustia desaparecía.
Entre imágenes perdidas e inconexas creyó entrar en sueño. Era época de balance en la empresa y lo mejor sería descansar y aclarar la cabeza.
En su recuerdo hay dos niñas jugando en un río de Córdoba. Es cerca de Bialet Masé. La menor es Haydeé y la más grande es Etelvina.
Ella pudo hacer todo lo que deseaba. Saltar, correr, tirarse al río y nadar. En cambio, Etelvina dependía de que la trasladasen para todo. De pequeña había tenido poliomielitis y no pudo caminar más.
Se acerca una persona, un guardavidas, y le avisa a la mamá de las chicas que el río está bajando muy rápidamente. Que cuentan con muy poco tiempo para alzar las cosas y salir del lugar.
Ernesto, el papá de las chicas, estaba a cinco minutos en el pueblo haciéndose de provisiones para la noche. Habían decidido hacer un asado, y él sería el encargado.
El río baja rápido y se lleva lo que encuentra a su paso. Haydeé fue tomada en brazos por la madre, que a toda prisa subió las escalinatas del balneario para sentirse a resguardo. La dejó con unos bolsos al pie de un árbol y volvió a bajar para recoger a Etelvina, que miraba desconsolada mientras que los primeros torrentes de agua aparecían.
En esas épocas del año no había muchas personas en el balneario y la patrulla de guardavidas siguió su camino. Debían advertir a tiempo a todos los que pudiesen estar merodeando los ríos.
La mamá de las chicas sabía que sola no iba a poder con Etelvina. Decidió salvaguardar a Haydeé creyendo que Ernesto regresaría de inmediato. El río cuando baja trae troncos, piedras y arrasa con lo que encuentra. Etelvina pudo ver cómo el agua impactaba sobre ella, que yacía en llanto viendo cómo la madre la había abandonado.
Suena el despertador y nuevamente a enfrentar la rutina. Época de balance, es tiempo de trabajar mucho.

A Haydeé los sueños fuertes le aparecen cuando la presión laboral es constante. Ya lo había hablado en terapia. Ella sabe que por siempre van a cargar con el estigma de no haber hecho lo suficiente por Etelvina. 
Hubo que pasar por situaciones horrendas y por discusiones infinitas entre sus padres. Ernesto culpaba a la mamá de las chicas por no haber hecho lo suficiente, mientras que ella solo se escudaba diciendo que sola no podía, ya que la Etelvina estaba excedida de peso y en silla de ruedas. Pudieron recuperar el cuerpo río abajo y darle cristiana sepultura.
Ernesto había quedado sin habla. Haydeé recuerda poco y la mamá no emitía palabra alguna. En momentos como este, cada quién funciona como puede.
Así, con ese hermetismo creció Haydeé. Haciéndose de amistades y de compromisos. Supo distinguirse en todo. Mostrando siempre una sonrisa a la adversidad. Atrás quedaron las clases de danza y de teatro. La carrera universitaria fue un trámite, al igual que sus parejas.
Lo que nunca dejó de darle vueltas y vueltas fue la vez que Ernesto, que era bebedor crónico, le atribuyó a su mujer que lo mismo había sucedido con su hermana. La tía de las chicas.
La mamá de Haydeé gritaba y gritaba. No había forma de calmarla. Se sentía ofendida y lloraba desconsoladamente. Voló por los aires la vieja sopera inglesa que oficiaba de centro de mesa. Otra cena más que se disolvía entre penurias, quejas y remordimientos.
Ernesto se hundía cada vez más en el alcohol mientras que la mamá de las chicas se equilibraba luego de los sedantes y como si nada volvía a sus cuestiones, que por cierto atendían a las necesidades de Haydeé.
Para el momento de la discusión, Haydeé ya contaba con diez años. A medida que fue creciendo, más grande se hacía la incógnita. 
Ella vio morir a su hermana. Cuando se paró de punta de pie pudo ver cómo el agua, que al principio era solo una muestra, comenzaba a impactar en Etelvina para hacerla desaparecer entre las ramas y troncos que traía el río.
Lo que no pudo ver ni calcular es si la mamá la hubiese podido salvar. Nunca entendió si el tiempo le hubiera alcanzado o si se hubiera puesto también en riesgo y de esa forma hubiesen muerto las dos.
Gritó en el momento en que Etelvina desaparecía y la madre subía las escalinatas hasta la altura de la calle. No había nadie alrededor para ayudar.
El Renault 18 de Ernesto da vuelta la esquina. Se encuentra con la tragedia. Se abrazan los tres mientras se desmoronan. La lluvia leve, el ruido del río arrasador y los sauces son los únicos testigos.

En la casona del bajo vive Haydeé, la mamá y un par de perros que están más en la calle que adentro de la casa. Ernesto, que había perdido el registro profesional para conducir por los problemas de corazón y del alcohol, fue quedando en un estrecho espacio que decidió cerrarlo cada vez más, hasta que la muerte lo rescató. 
Haydeé vivía con la angustia de haber visto morir a su hermana. Convivía con la duda de no saber si su madre tenía algo que ver con la muerte de su tía. Todo el círculo de relaciones estaba ajeno a su realidad. Estremecedora e implacable realidad, que no era más que olvidada para poder vivir sin culpa.
Se cruzan poco en la casona madre e hija. Haydeé sale temprano y su mamá, grande; ya no sale mucho de su cuarto, que está al final de la galería.
Pasa la etapa más exigente de la empresa. Cierran los balances, distribuyen dividendos, y todos más relajados.
Eduardo, otro de los contadores, invita a todos los de la oficina de Administración y Finanzas a una cena en uno de los carritos de la costanera para celebrar. Estamos a fin de año y es típico despedirlo con reuniones y nuevas promesas.
Regrea a su casa y, sin quitarse mucho lo que llevaba, se recuesta sobre su cama. Iban a llegar las fiestas y luego un enero para vacacionar y ordenar los cursos que había dejado durante el segundo semestre.

Ya despierta, por la mañana se levanta y pone la pava para tomar mate. Se cruza con su mamá y se saludan con un beso. Cruzan mirada. Cada una sigue con sus cuestiones. La mamá de Haydeé siempre fue esquiva y ladina.
—¿Querés unos mates? —le dijo Haydeé a su madre, que se dio vuelta apenas y la miró, mientras continuaba camino a su cuarto. Haydeé, apoyada con su codo izquierdo en la mesa y con su mano derecha sosteniendo el mate, le gritó bien fuerte que tenían que hablar. Que ella tenía tiempo, que no iba a ir a la oficina esos días y que necesitaba hablar cosas importantes.
Su mamá cerró la puerta de su cuarto con un golpe y durante ese día no se la volvió a cruzar.
Haydeé aprovechó para hacer unas compras tanto de alimentos como para arreglar el depósito, que pierde. Compró cortes de carne, cosas dulces y todo para volver a llenar la alacena. 
Llega a la casa. La puerta del cuarto de la mamá está cerrada. Pone un disco de Mario Clavel y toma el teléfono, que está en la mesita. Disca la casa del tío Andrés. Pregunta por todos mientras comenta que terminó el balance en la empresa y que piensa ir unos días a Colón con unas amigas.
Haydeé pregunta: “Tío, necesito saber cómo murió la tía”. El tío Andrés le comenta que sus hermanas estaban en Punta Princesa en el Cerro Catedral luego de una tarde con los instructores de la Asociación, cuando en un descuido la tía Raquel cayó por una de las laderas del cerro sin que nada pudiera detenerla. A su lado estaba su hermana mayor. La mamá de Haydeé y de Etelvina. Adentro, en la confitería, estaban los abuelos y yo. Responde eso solamente mientras Haydeé da por entendido el reproche de Ernesto a su esposa sobre el descuido con Etelvina.
A la mañana siguiente, luego de descansar de corrido, gracias a las pastillas que le recetó el médico, nuevamente encendió la cocina con el chispero, cargó la pava de agua y el mate, con yerba y yuyos.
Se escucha abrir la puerta del cuarto del fondo. Sus pasos por la galería hasta el baño de afuera y la canilla de la pileta.
—Vení a tomar unos mates, que recién pongo el agua a calentar —dice Haydeé a su madre que cansina se acerca a la cocina.
—Me imaginé que íbamos a tomar unos mates juntas —dice la mamá mientras saca de la heladera un bizcochuelo cubierto en chocolate y relleno de dulce de leche—. Hoy no me vengas con que el bizcochuelo engorda, lo hice ayer mientras ibas de compras. Dejé todo limpio así no te escucho protestar —dice la madre, mientras Haydeé escupe los primeros mates en la bacha de la pileta.
—¿Probaste la torta? Mirá que la hice con todo el amor del mundo —dice la madre, ya sentada sobre el sillón con almohadones.
—¿Sabés qué quiero saber y es desde hace mucho tiempo, mamá? 
—¿Qué, hija?
—¿Tuviste algo que ver en la muerte de la tía ese invierno en Bariloche? —Haydeé pregunta y prueba con un mordisco el bizcochuelo. 
La madre la mira masticar mientras Haydeé le extiende el mate a través de la mesa para que no se lenvante. 
El veneno en el bizcochuelo no tardaría en hacer efecto, lo mismo que el veneno en el mate que la mamá había terminado de tragar. 


elfinaldelrecuerdo: Texto

©2023 por DO IT EDICIONES.

bottom of page